Una marcha que no solo milita en las calles de Quito
Una marcha que no solo milita en las calles de Quito
Fausto Rivera Yánez
Publicado el Lunes, 29 Julio 2013 en el Telégrafo
Si le arden los oídos, y se siente ofendido, al escuchar la
palabra puta, y además, no tiene interés alguno por tratar de entender el uso
político que se la ha dado al término y, por el contrario, critica
ferozmente desde la comodidad de su casa, a través de su Macbook Pro, vía
Twitter o Facebook, la labor que diversas personas han emprendido para
denunciar la violencia sexual y de género mediante el movimiento que lleva el
nombre que les fastidia, tiene dos opciones: hacer un último (esperemos que no
sea así) esfuerzo por conocer las luchas, apropiaciones y reivindicaciones de
este grupo, y rever esos prejuicios para sumarse a la necesaria tarea de
erradicar dolorosos males, como el de la violencia sexual que, según datos
oficiales, 1 de cada 4 mujeres ha vivido ese tipo de agravio en Ecuador, o,
puede continuar siendo parte de ese grueso segmento de personas que con la
inacción (y lo que es peor, con una crítica infundada y maliciosa), también
ayudan a reproducir y naturalizar esa violencia que a más de uno le ha costado
la vida.
Una palabra necesaria que incomoda: puta
Desde que el anterior año tuve noticias de que se realizaría
la primera “Marcha de las Putas” en Ecuador, siempre mantuve un profundo
interés de participar por varias razones, pero una que más me interesaba fue el
nombre con el que decidieron bautizarse: Putas. La primera asociación que se
nos viene a la mente es con el término prostituta. Sin embargo, si analizamos
con mayor cuidado la forma como se reproduce el lenguaje en nuestra
cotidianidad, son claros los otros usos que la sociedad le ha dado a esta
palabra y que han servido como una herramienta de acusación, insulto,
discriminación y violencia simbólica hacia las mujeres.
¿Cuántas veces hemos escuchado en la calle, entre amigos, en
la oficina, y hasta en la familia, que a una mujer se la etiqueta como puta por
la forma que se viste, actúa, camina o por las decisiones individuales que ha
tomado sobre su cuerpo? ¿Acaso no ha sido el gran relato de la historia
católica, el de Adán y Eva, ese que nos enseñan en la escuela, el que nos ha
convencido que la mujer es la provocadora, la mala y, por lo tanto, la
culpable? ¿No es en el seno del hogar donde se nos educa que en la vida hay
roles “naturales” que cada hombre y mujer deben cumplir?
Para los hombres, siempre estarán disponibles las
actividades públicas, de dominio y control, de representación política; son los
cuerpos productivos que permiten que funcione el sistema. Mientras que a las
mujeres se les asigna el pequeño rincón del espacio privado, de la “santidad”,
de la sumisión, de las tareas del hogar y del cuidado de sus hijos: son solo
cuerpos reproductivos.
Por donde se mire, la mujer no queda libre de ningún juicio.
Puede pasar de ser de demasiado virgen, hasta demasiado puta. Y claro, detrás
de estas etiquetas está inscrito un discurso patriarcal/capitalista.
Pero también, la “Marcha de las Putas” se solidariza con las
trabajadoras sexuales, especialmente, con las trans, que son las que más
violencia han sufrido en las calles. Y tampoco quedan fuera de su lucha
aquellas personas de diversas orientaciones sexuales e identidades de género, y
aquellos cuerpos femeninos y feminizados, que al estar en un permanente tránsito
se los ha tildado de “raros”, “maricas” o “amanerados”.
Por lo tanto, la apropiación de la palabra puta, esa “mala
palabra”, provoca una posibilidad de reflexión e incidencia política, pues se
la plantea a partir de la transformación de su uso común (que es el insulto),
para construir un sitio de resistencia y de resignificación social.
Así, por ejemplo, cuando la filósofa Judith Butler analizaba
el empoderamiento que muchos movimientos por los derechos humanos y la academia
hacían de la palabra “queer”, que en su traducción más cercana al español
significaría “marica”, Butler apuntaba que “si el término ‘queer’ ha de ser un
sitio de oposición colectiva, el punto de partida para una serie de reflexiones
históricas y perspectivas futuras, tendrá que continuar siendo lo que es en el
presente: un término que nunca fue poseído plenamente, sino que siempre y
únicamente se retoma, se tuerce, se ‘desvía’ de un uso anterior y se orienta
hacia propósitos políticos apremiantes y expansivos”.
Es así que entre varias de las consignas que se arrojaron en
la primera marcha realizada hace un año, y que se repitieron en la de 2013,
hubo una que resonó en mi cabeza y que, de alguna manera, sintetizaba (y me
ayudaba a entender de mejor manera) ese sentido de apropiación del lenguaje del
dominador, para devolverlo en forma de denuncia: “Si ser puta es sinónimo de ser
libre, soy triplemente puta”.
Orígenes de un movimiento que superó el sentido tradicional
de lo que significa “una marcha”
Ana Almeida, coordinadora nacional de la “Marcha de las
Putas” en Ecuador, se preguntaba hace un año si era posible convocar al menos a
50 mujeres para que salgan a las calles, bajo ese nombre “acusatorio”, a
denunciar la violencia de género que muchas vivían a diario. No sabíamos “si
esas 50 mujeres estaríamos dispuestas a poner en nuestra boca una palabra que
por mandato patriarcal no nos pertenece en primera persona. ‘Puta’ siempre es
‘ella’, nunca ‘yo’; es una sentencia, no una asunción”, reflexiona el
movimiento. Los resultados superaron sus expectativas -al igual que en la
marcha de 2013, pese a la intensa lluvia que hubo-, pues movilizaron a cientos
de personas de diferentes provincias -especialmente de Cuenca- que estaban
fastidiados por el alarmante índice de violencia naturalizada hacia las mujeres.
Un factor que ayudó a sacudir más a la población
ecuatoriana, señala Ana, fue que en esa época se habían hecho públicos los
resultados de la primera encuesta de violencia de género realizada por el
Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), con la colaboración de la
Comisión de Transición Hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Género,
donde se detallaba que: “El 60,6% de las mujeres en Ecuador ha vivido algún
tipo de violencia. La violencia contra la mujer no tiene mayores diferencias
entre zonas urbanas y rurales: en la zona urbana el porcentaje es de 61,4% y en
la rural 58,7%. El 90% de las mujeres que ha sufrido violencia por parte de su
pareja no se ha separado. Según este estudio, el 52,5% de las mujeres (a pesar
de ser sujeto de violencia) no se separa porque considera que ‘las parejas
deben superar las dificultades y mantenerse unidas’, el 46,5% piensa que ‘los
problemas no son tan graves’ y el 40,4% ‘quiere a su pareja’, mientras el 22%
‘no se puede sostener económicamente’”.
El Centro de Arte Contemporáneo de Quito es el espacio
de reunión permanente del grupoPero, además, para obtener ese contundente
respaldo ciudadano, Ana Almeida y Elizabeth Vásquez, destacada abogada y
activista transfeminista que lidera varios proyectos de la comunidad trans del
Ecuador, como el de “Mi género en la cédula, a una letra de ejercer
ciudadanía”, junto con un grupo de organizaciones feministas, de trabajadoras
sexuales y personas de las diversidades sexuales y de género, se plantearon
hacer previamente un ejercicio feminista de revisión de la palabra, para darle
un carácter propio a su propuesta, pues esta marcha no se parece a otra,
en el sentido de que no solo se manifiesta en contra de la violencia de género,
sino de que está a favor de la libertad estética y de que se elimine la
culpabilización de las víctimas. Es decir, quela moral (y la ley) que norma a
la sociedad deje de culpar a la mu jer violada, acusándola de provocadora
(viene a mi mente la imagen de otro cartel expuesto en la marcha de este año
que decía: “Vivimos en una sociedad que enseña a las mujeres a cuidarse de no
ser violadas, en vez de enseñar a los hombre a no violar”).
Esta experiencia ecuatoriana se inspiró en la primera
“Marcha de las Putas” realizada en Canadá en abril de 2011, producto de las
declaraciones que el policía Michael Sanguinetti hizo durante una conferencia
sobre seguridad ciudadana en la Osgoode Hall Law School de Toronto, donde
aseveró que “las mujeres deben evitar vestirse como ‘putas’ para no ser
víctimas de violencia sexual”.
“Había seguido lo que pasó en Canadá en 2011, y después vi
que en diferentes ciudades del mundo empezaron a organizarse más ‘marchas de
las putas’, particularmente, en los Estados Unidos y en algunas zonas de
Europa. Después se realizaron marchas en América Latina. Primero en México,
luego en Argentina, seguido por Bolivia y también en Colombia. Entonces, surgió
la idea de hacerla en Ecuador, y la primera se realizó el 10 de marzo,
cerca a la fecha en la que se conmemora el Día de la Mujer.
Sin embargo, la ‘Marcha de las Putas’ piensa en las mujeres,
en las que han nacido y se han devenido, nos alejamos de ese binarismo
tradicional en el que se nos clasifica como ‘buenas’ o ‘ malas’”, apunta Ana.
El movimiento “Marcha de las Putas” en la actualidad
ha recorrido más de 60 países y cada día gana más terreno.
De la reflexión a la acción (un ejercicio que no muchos han
logrado hacerlo)
Después de realizarse la segunda marcha, el 20 de abril de
este año, el movimiento decidió activar espacios permanentes de discusión y
activismo feminista y transfeminista, para darle mayor soporte y sostenibilidad
a todo lo que habían conseguido en las calles. En este sentido, instauraron una
rutina que hasta el momento se ha cumplido con rigurosidad: reunirse los
miércoles a partir de las 18:45 en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de
Quito, en el Patio N° 3, en la Sala Diferencial, y los sábados, a las 11:00, en
el mismo lugar.
La primera vez que asistí a una charla de los miércoles,
estaba previsto realizarse un conversatorio con representantes del “Radical
Feminist Collective”, de California. Debo confesar que llegar al sitio de
encuentro resultó ser una inquietante tarea que le daba mayor valor a este
ejercicio, pues entre la densidad de la noche quiteña que se genera a las
18:45, sumada al misticismo (llamémoslo así) que provoca las instalaciones del
CAC, y a la ubicación, un tanto aislada, de la Sala Diferencial, esto se
convertía en una suerte de aventura para quienes no sabíamos a lo que íbamos.
En hora buena que fue así.
Entre los temas que se trataron esa noche, Lucy Carrillo,
una joven feminista representante del colectivo, expuso con claridad algunos de
los casos relevantes, en el campo de los derechos humanos, que habían sucedido
en Estados Unidos, como el de Wendy Davis, una senadora demócrata en el estado
de Texas, que con un discurso de casi 11 horas, en el que no se le permitió ir
al baño o beber un vaso con agua, logró que se paralizara la votación de una
ley sobre el aborto en dicho estado del sur de EE.UU.
También, hay una presencia recurrente de mujeres jóvenes en
las reuniones, que además de sus valiosos aportes, le inyectan humor y
creatividad a los encuentros. A su vez, a la “Marcha de las Putas” se
involucran más hombres, como es el caso de Ramón Zammarchio y de Andrés López,
quien próximamente participará en una maratón en la que, al cruzar la meta,
expondrá un cartel que dice “El machismo mata”.
Pero claro, uno se pregunta sobre cómo es posible que cada
miércoles haya un tema diferente del cual hablar. Lo cierto es que no solo hay
un abanico extenso y acertado de tópicos, sino que cada uno tiene sus propias
particularidades, como el que expuso María Belén Moncayo (vocera de la marcha)
hace una semana sobre la violencia gineco-obstétrica que se produce en los
espacios públicos y privados, o el de Kruskaya Hidalgo, otra joven activista
que compartió su experiencia en Bolivia con el colectivo “Mujeres Creando”, del
que es parte la conocida anarcofeminista María Galindo.
En este último encuentro participaron Ana Carolina
Villarroel y María Emilia Villarroel, dos activistas y trabajadoras sexuales
trans, quienes usan el apellido de hermanas de calle, como signo de solidaridad
y compañerismo militante.
Hombres que dan la espalda al patriarcado
Los sábados representan el espacio para estimular la
creatividad. De la reflexión de los miércoles, pasan a la acción de los sábados
a través de un activismo lúdico, como ha sido el pintarse los cuerpos con
frases de denuncia social. En este ejercicio aumentan los hombres que han
puesto el cuerpo para tatuarse simbólicamente en su piel un mensaje que debería
inscribirse en la conciencia de todos: “Le damos la espalda al patriarcado”,
ese que ha matado a nuestras mujeres.
El espacio está ahí, abierto para seguir aumentando y
movilizando a personas que están cansadas de la violencia. No olvidemos que el
machismo mata y el feminismo transforma.
Fotografías para este post: Nela Meriguet Martínez
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la
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